viernes, 20 de julio de 2012

Marconi, famoso como Steve Jobs y además con un Nobel



El 20 de julio de 1937, la sorpresiva noticia de la muerte del Premio Nobel Guglielmo Marconi conmovió a millones de personas. Como muy pocos científicos y tecnólogos, Marconi alcanzó en vida el reconocimiento de los habitantes de un mundo que empezaba a vincularse por medio de las comunicaciones inalámbricas.

Guglielmo Marconi nació en Boloña, Italia, el 25 de abril de 1874. Hijo de un poderoso terrateniente de Bagni Porreta y una irlandesa que había viajado a Boloña para estudiar música, Guglielmo recibió una educación poco convencional: hablaba sin dificultad las lenguas de sus padres y su educación formal se limitó a algunos importantes institutos florentinos, a donde el joven Marconi acudía sólo a las materias que eran de su interés.

De hecho, los viajes a Florencia comenzaron siendo un imperativo familiar para escapar de los fríos inviernos de Boloña, pero le permitieron ponerse en contacto con ciertos problemas que cautivaron su atención.
Durante el siglo XIX los estudios sobre la electricidad, el magnetismo y el electromagnetismo habían convocado a teóricos como Maxwell o Hertz, a mentes experimentales como Faraday y a personalidades capaces de ver que se estaba cultivando una revolución tecnológica de la magnitud producida por las máquinas a vapor.

En 1844 Morse había desarrollado un lenguaje para aprovechar las señales eléctricas y en 1876 Bell había logrado trasmitir su voz por un conductor eléctrico. Cables y más cables unían a los centros económicamente desarrollados. Dos empresas competían por unir a New York con Londres, una cruzando el Atlántico con un cable submarino mientras que la otra buscaba un camino por tierra firme atravesando Europa, Siberia, un pequeño salto por el estrecho de Bering y de allí directo a New York. Cada nuevo desarrollo científico abría un sendero para la explotación comercial y generaba nuevos problemas científicos y tecnológicos que ponían a prueba el talento de esas generaciones que a finales del siglo buscaba comunicarse sin necesidad de cables.

En 1894 Marconi ha cumplido 20 años y lleva una vida plácida, con muchas inquietudes intelectuales y ninguna acreditación académica. En su confortable villa veraniega ha reproducido muchas de las experiencias que
ha leído y se dispone a llevar a cabo una demostración que lleva la marca de una nueva era: desde el tercer piso de la casa, sin que ningún conductor lo conectara con las instalaciones de la casa, hizo sonar el timbre que se encontraba en la puerta de entrada. Asombrado, papá Marconi respondió con un cheque de 5000 liras para apoyar a su hijo en la dirección emprendida.

Con la primavera de 1895 los Marconi volvieron a reunirse en el campo pero esta vez Guglielmo trajo importantes novedades. Alexandr Stepánovich Popov, un físico e ingeniero ruso que estudiaba la emisión natural de señales eléctricas en la atmósfera buscando una pista para predecir tormentas -trabajo con el cual se ganaba sus merecidos rublos en la armada del Zar- construyó un dispositivo que mejoraba la recepción de las señales electromagnéticas.

Con un oscilador como el desarrollado por Hertz y una antena de Popov y los aportes introducidos por el inglés Oliver Lodge y el francés Edouard Branly, quienes desarrollaron un detector de ondas llamado por entonces "cohesor", Marconi se dispuso a trasmitir señales más allá de los confines de su casa. A una distancia de dos kilómetros, colina mediante,
se instaló su hermano con un receptor, una pomposa antena y su fusil.
Desde la casa, Guglielmo emitió los tres puntos que en el código morse representan la letra "S" y esperó unos instantes. Los disparos del otro lado de la colina dieron cuenta del éxito de la prueba.

Sin embargo, ni los empresarios ni el gobierno italiano compartieron el entusiasmo de la familia Marconi y Guglielmo decidió trasladarse a Inglaterra donde en la aduana es demorado por los empleados que consideraron "peligrosos" a ese conjunto de objetos extraños (que otra cosa podían esperar los ingleses de un italiano de madre irlandesa ...)

En 1896, su aparato fue patentado en Inglaterra, con varias mejoras introducidas, que le permitieron ya de vuelta en Italia, establecer contacto con un buque de guerra, alejado más de diez millas de la costa.
Este fue el comienzo de una serie de mejoras introducidas a su diseño, que le permitieron, más tarde, llevar a cabo una comunicación radiotelegráfica entre Francia e Inglaterra y luego, enviar señales desde Europa a América.

Siempre atento a las novedades en el campo científico, Marconi impulsó permanentemente innovaciones tecnológicas en sus equipos logrando aumentar de a poco la distancia de la transmisión y la calidad de la recepción. Descubrió también, que si conectaba a tierra uno de los extremos del transmisor, y el otro extremo a una varilla larga, entonces las ondas parecían ser guiadas. Así luego pudo demostrar que la curvatura de la superficie terrestre no constituía ningún obstáculo para el nuevo telégrafo. También alcanzó transmisiones a distancias récord.

Para ese entonces, su invento había alcanzado tal grado de desarrollo, que ya estaba universalmente instituido como forma de comunicación en todos los barcos y para comunicación intercontinental. Para optimizar sus ganancias, fundó la empresa Marconi´s Wireless Telegraph and Signal Company Ltd.

La empresa contó permanentemente con financiamiento para investigaciones explorando senderos que luego estuvieron en el centro del desarrollo electrónico del siglo XX. En 1904 John Fleming, uno de los primeros colaboradores de Marconi en Inglaterra desarrolla la lámpara termoiónica que un par de años después Lee Forest, también de la Marconi´s Wireless, utilizará para su lámpara triódica, protagonista de los circuitos electróicos hasta la llegada de los semiconductores.

Marconi en Buenos Aires


Marconi en Caras y Caretas, 1910
En 1910, Buenos Aires recibía celebridades de todos los rincones
del mundo para el festejo del primer centenario de la Revolución de Mayo.

Por entonces Marconi ya era una celebridad indiscutida, una suerte de mago que había podido llevar los puntos y rayas del lenguaje Morse y luego la voz humana atravesando distancias impensadas. En 1909 recibió el
Premio Nobel de Física junto a Karl Braum, el inventor del osciloscopio, y una interminable lista de universidades competían por doctorarlo.

Asi fue que en septiembre de 1910, cuando Marconi llega al puerto porteño, es un acontecimiento de múltiples dimensiones. Marconi llegó acompañado de un equipo de colaboradores fuertemente pertrechado con las nuevas tecnologías. En el viaje no se privaron de otra demostración espectacular, de esas que siempre acompañaron a Marconi: desde el teatro neoyorquino donde cantaba el célebre tenor Enrico Caruso se trasmitió el concierto que pudieron escuchar la tripulación que marchaba a Buenos Aires.

Por cierto que las intenciones de Marconi no eran meramente protocolares. En 1908, en la localidad bonaerense de Bernal, se fundó la Compañía de Telegrafía Inalámbrica Marconi. Gerenciada por un grupo de conciudadanos del inventor, montaron dos enormes torres de 60 metros de altura, sin poder llegar a trasmitir atrapados en dificultades técnicas. Marconi llegó para darle personalmente un empujón a las comunicaciones en este rincón el planeta.

Tal como hicieron con las primeras pruebas, conectaron a un gigantesco barrilete utilizado como antena en la primera experiencia exitosa de comunicación que hizo Marconi desde Bernal "Los pasajeros del tren se aglomeraban junto a las ventanillas, fascinados por las evoluciones
de un enorme y extraño barrilete que lentamente ganaba altura desde unos elevados terrenos junto a las vías; contra lo que pudiera creerse, los niños miraban desde lejos y un grupo de hombres, comandaban y seguían los movimientos del ingenio volante -señala un cronista de la época-.
Paulatinamente, los habitantes de la zona se acercaban a presenciar el raro espectáculo sin comprender muy bien de qué se trataba... El barrilete llevaba en su cola algunos aparatos y además de su hilo de remontar, colgaban otros hilos y alambres... Alguien dijo que entre los hombres del barrilete había un joven científico italiano, que intentaba comunicarse con el resto del mundo usando sólo esas cajas y el barrilete. ¡Vaya el progreso!"

El éxito de la prueba, que constituyeron las primeras comunicaciones radiotelegráficas con Estados Unidos e Irlanda, conmovieron hasta la idolatría a la sociedad porteña. La influencia de Marconi y todo lo relacionado con él avanzaba, incluso, sobre el terreno culinario: cuando el Nobel italiano preguntó la razón de las "Chauchas a la Marconi"  que figuraban en la carta de un restaurante, la respuesta fue "que se trataba de chauchas sin hilos".

En años posteriores obtuvo numerosas patentes, basándose siempre en los mismos principios de las ondas electromagnéticas: un detector de campo magnético, una antena y un generador de ondas continuas. Además, comenzó a estudiar sistemáticamente las ondas cortas y su propagación. Con la llegada de la Gran Guerra, Marconi utilizó la onda corta para la transmisión de mensajes secretos.

Muy aficionado a las demostraciones espectaculares, en 1930 Marconi encendió las luces del Palacio de Justicia de Sydney mientras se encontraba en Génova, en su yate "Electra", que desde 1919 se había transformado en su principal residencia.

Para cuando falleció, el 20 de julio de 1937, en Roma, no solo era inmensamente rico, sino que además, tenía la certeza de que la capacidad transformadora de su obra revolucionaria no había concluido.

En 1999, su empresa estuvo a punto de rematar en una subasta pública el archivo personal de Marconi, que contenía apuntes, prototipos y otros documentos del inventor italiano. La empresa había llegado a un acuerdo con la más célebre y refinada casa de remates (Christie´s, de Londres), poniendo la base del remate en U$S 5 millones. Finalmente, se decidió donarlo al Museo de Ciencias británico, donde se conservan actualmente.


Carlos Borches





Marconi en el Río de la Plata