martes, 6 de septiembre de 2011

"Sólo tardaron un instante en cortarle la cabeza, pero puede que Francia no produzca otra como la suya en todo un siglo” (*)

Algunos lo llamaron “el Newton de la Química”, aunque Antoine Lavoisier (1743-1794) expandió su curiosidad por diversos campos, desde el derecho hasta la geología, pasando por la política y la economía.

Pero fue escuchando al astrónomo Nicolas Louis de Lacaille cuando comenzó a volcarse por las ciencias.
A los 23 años recibió la Medalla de Oro de la Academia Francesa de Ciencias por  su ensayo sobre la mejor forma de iluminar las calles de una gran ciudad. Unos años después se casó con Marie-Anne Pierrette Paulze, que por entonces tenía trece años y se transformó en su activa colaboradora.

Durante el siglo XVIII, el estudio químico de los gases adquirió un notable empuje en Gran Bretaña. El fisiólogo Stephen Hales desarrolló la cuba neumática para recoger y medir el volumen de los gases liberados en un sistema cerrado y desencadenó una serie de descubrimientos. El escocés Joseph Black publicó en 1756 sus estudios sobre las reacciones de los carbonatos de magnesio y de calcio que le permitió descubrir el dióxido de carbono, que Black denominaba aire fijo.

En la década siguiente, el físico británico Henry Cavendish aisló el ‘aire inflamable’ (hidrógeno). También introdujo el uso del mercurio en lugar del agua como el líquido sobre el que se recogían los gases, posibilitando la recogida de los gases solubles en agua. Esta variante fue utilizada con frecuencia por el multifacético británico Joseph Priestley, quien recogió y estudió casi una docena de gases nuevos.
Mientras estudiaba las propiedades del CO2 producido en una fábrica de cerveza, Priestley descubrió que cuando el gas se disolvía en agua producía una bebida agradable que llamó soda. No explotó comercialmente la idea pero sirvió para aumentar su prestigio social, prestigio que no alcanzaba para compensar los odios que desataba la libertad de su pensamiento.  Sus conciudadanos no toleraban el espíritu crítico del clérigo Priestley ni mucho menos su adhesión a la causa revolucionaria republicana que estalló en América (1776) y luego en Francia (1789)

Mientras tanto, la vida de los Lavoisier transcurría gratamente. Con ingresos provenientes de la Ferme-Générale, una corporación encargada de cobrar impuestos, los Lavoisier se dedicaban buna parte de su tiempo a la ciencia y a organizar veladas con políticos e intelectuales. Cuentan que fue en una de esas cenas donde los Lavoisier conocieron a Priestley.

El inglés entusiasmó a todos con sus descubrimientos y del salón marcharon todos al laboratorio. Preiestley le abrió la puerta y Lavoisier trazó el sendero que lo inmortalizaría en el mundo de la química, aunque con el tiempo nacieran rencores entre los dos.

Los últimos años del siglo XVIII fueron malos para nuestros protagonistas. Los flemáticos británicos perdieron la calma con Priestley y le quemaron su casa. El inglés republicano tuvo que huir a Estados Unidos y terminar sus días bajo la protección de Thomas Jefferson.

Peor les fue a los Lavoisier. En 1794, Antoine fue acusado de traición y condenado, junto al padre de Marie-Anne,  a la guillotina. Eran tiempos jacobinos y ellos eran del ala girondina, moderada, de la revolución. La posición de ambos en la Ferme-Générale jugó en contra, aunque el propio acusador, Antoine Dupín, también había sido miembro de la Ferme.

Experimentos de Lavoisier sobre respiración humana. El dibujo es de Marie-Anne Lavoisier, quien se ubica a si misma tomando notas, en el extremo derecho de la obra

El 8 de mayo de 1794, Marie-Anne perdía a su padre y a su esposo y comenzaba un largo calvario. Le fueron confiscadas todas sus propiedades, el laboratorio y todos los papeles de su esposo, no obstante se las ingenió para reunir y editar Memorias de Química, una recopilación los trabajos que realizaron juntos donde aparecen ordenados los principios de la nueva química. Muchos años después, Marie-Anne se volvió a casar, esta vez con el famoso físico Benjamín Thomson, el Conde Rumford, pero nunca dejó de usar el apellido Lavoisier.
Fabián Blanco
Carlos Borches

(*) ”Cela leur a pris seulement un instant pour lui couper la tête, mais la France pourrait ne pas en produire une autre pareille en un siècle.” escribió el matemático Lagrange lamentando la suerte final de Lavoisier

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